La aparición y consolidación actual de un Islam español es fenómeno reciente, complejo, que arranca de los años 70 y en evolución constante.
Para comprender el surgimiento de este nuevo al-Ándalus en España debemos referirnos a un curioso personaje: el escocés Ian Dallas (Abdelkader as-Sufí al-Murâbit), quien, según se dice, cuenta en su variado currículo con el hecho de haber sido manager de los Beatles y puntual colaborador de Fellini. Una vez convertido al Islam desarrollará una amplia labor de difusión de lo que se denomina movimiento Morabitún en Estados Unidos y en Europa. Tras la muerte de Franco empieza a recorrer nuestro país y a crear comunidades islámicas Morabitún, la primera de ellas en Córdoba con el nombre de “Sociedad para el Retorno del Islam a al-Ándalus”. Todos los líderes del resurgir del nuevo al-Ándalus son gentes que comienzan en ese movimiento y más tarde se separan, ex morabitunes por tanto: Saleh Paladini, Mansur Escudero, Abdelkarim Carrasco, posteriormente miembros y promotores de la Junta Islámica…
De tendencia magrebí (reconoce como maestro a Mohamed Ibn al-Habib)1, Al-Murabit aporta conocimientos y fuentes desconocidas en la España de 1975, tiene un aura internacionalista y en torno a él se desarrolla un gran culto a la personalidad propio de las sectas, con un rígido estilo homogeneizador entre sus adeptos. Durante esa época despliega una gran actividad, que puede parecer un tanto errática o bien inspirada por una estrategia oculta: compra posesiones y sedes en diversas provincias, que después vende, pone en marcha publicaciones, que luego desaparecen… Mansur Escudero, un nombre destinado a tener gran relevancia en la configuración del islam en España, se convierte en su mano derecha, pero poco a poco se va separando de él pues disiente de su forma de actuar. Son habituales los viajes de Dallas a Arabia Saudí, a Kuwait para recaudar subvenciones, que adquieren cifras millonarias, pero cuyos resultados no son hoy comprobables, pues no consolidan realidades materiales permanentes, quizás el único de ellos fue[…] Por Rosa María Rodríguez Magda