BIBLIOTágora el blog de Biblioteconomía y Documentación, en el que no se habla de Biblioteconomía y Documentación… sólo: "El ruido de las carcajadas pasa. La fuerza de los razonamientos queda"

6 octubre 2009

La financiación de los partidos políticos en España. Consideraciones a partir de los informes del Tribunal de Cuentas y de la nueva Ley Orgánica 8/2007, de 4 de julio

Filed under: Política,Sociedad — anpoto @ 18:45 pm

Se analiza la nueva Ley Orgánica de financiación de los partidos políticos (LO 8/2007, de 4 de julio) y algunos informes del Tribunal de Cuentas relativos a la fiscalización de la contabilidad de los partidos políticos —en especial, los últimos publicados relativos a los ejercicios de 2003, 2004 y 2005. Se destacan los problemas que en aquella sede se han puesto de manifiesto en relación con la financiación de los partidos políticos, las propuestas de la nueva ley y la exigencia de llevar a cabo un control exhaustivo de los estados contables de los partidos políticos, como paradigma del Estado democrático. Por Joan Lluís Pérez Francesch (Universitat Autònoma de Barcelona. Departament de Ciència Política i Dret Públic 8193 Bellaterra [Barcelona]. Spain  joanlluis.perez.francesch@uab.cat)

Estafador

(Acceso al texto completo)


3 octubre 2009

A propósito de Polanski

Filed under: Derecho,Sociedad — anpoto @ 15:48 pm

MORILLAS CUEVA, Lorenzo “A propósito de Polanski” [en línea]. laopiniondegranada.es 3 octubre 2009 http://www.laopiniondegranada.es/…/proposito…polanski/155705.html [consulta: 3 octubre 2009]

Roman Polanski es, sobre todo, una estrella cinematográfica. Como guionista, actor o director ha marcado una época difícil de superar, fundamentalmente en el género de terror –baste recordar como ejemplos significativos: ‘El cuchillo en el agua’, ‘Repulsión’, ‘El baile de los vampiros’, ‘Rosemary’s Baby’, ‘Frenético’, ‘Luna de hiel’ o las premiadas con un Oscar, entre otros, al mejor director, ‘Tess’, ‘Chinatown’ y ‘El Pianista’–. Su excelente trayectoria profesional ha estado, sin embargo, sacudida, con demasiada frecuencia, por situaciones personales conflictivas. Las más relevantes por su gravedad e incidencia mediática fueron el asesinato de su esposa, embarazada de ocho meses, en la madrugada del 12 de agosto de 1969, y la acusación de violación de una niña de trece años de edad, supuesto al que me voy a referir a continuación.

Efectivamente, según parece probado y aceptado, Polanski fue acusado, en 1977, año en la que se produjeron los hechos, de violación a una menor con uso de drogas, perversión y sodomía. Cargos posteriormente atenuados para quedarse en el de mantener relaciones sexuales ilícitas con una menor –forma de violación– previa conformidad y declaración de culpabilidad del imputado. Sobre el acuerdo negociado se sometió, durante cuarenta y dos días, a una evaluación psiquiátrica en una prisión estatal para, en base a ello, concretar la condena final. No se le privó de la posibilidad de viajar al extranjero y el 1 de febrero de 1978 se trasladó a Londres para al día siguiente continuar a Francia donde, al tener nacionalidad francesa, se quedó a vivir. El 26 de septiembre Polanski fue detenido en el aeropuerto de Zúrich, a petición de Estados Unidos por los hechos narrados con anterioridad, treinta y dos años después.

roman_polanski


Con los datos señalados, posiblemente insuficientes para una valoración completa de las hipótesis descritas, se pueden plantear, no obstante, dos cuestiones de gran interés y repercusión social, incluso sacadas del caso concreto: prescripción y extradición. Dos notables instituciones jurídicas a caballo entre el derecho penal sustantivo y el procesal sometidas a continuado debate. Aunque la problemática que me ocupa está más inclinada a la segunda de las referencias, es importante ubicarla también en el ámbito prescriptivo.

Lo primero a preguntarse es si unos hechos de estas características realizados hace treinta y dos años pueden o deben ser sentenciados ahora. Lo inmediato a responder es, en el estado puro de la distancia temporal, negativo. Y lo es porque en la inmensa mayoría de las legislaciones comparadas este delito habría prescrito. Si lo situamos, a manera de ficción, en España los delitos prescriben según la pena abstracta fijada por el código penal. Por ejemplo, los de violación del artículo 179 tienen señalada una pena de seis a doce años de prisión y el agravado del artículo 180 una, en relación con el anterior, de doce a quince años. Si utilizamos el supuesto más grave prescribirá a los veinte años –cuando la pena máxima señalada al delito sea de prisión de quince o más años, dice el artículo 131–. En principio el cómputo comienza desde el día en que se haya cometido la infracción punible. No obstante lo anterior, y acertadamente desde mi punto de vista, algunas legislaciones introducen un régimen especial de cómputo para los menores víctimas de delitos sexuales u otros de especial gravedad, fundamentado en lo que para aquéllos, a esa edad, puede suponer la denuncia –miedo ante las amenazas del autor, represalias, falta de información, etc.–. En este sentido, y siguiendo con el ejemplo de España pero también de Suiza y otros países, aunque con distinta cuantificación, los términos se computarán desde el día en que la víctima menor alcance la mayoría de edad.

A pesar de todo ello, si se tratara de un problema exclusivamente de prescripción y sin situaciones intermedias de interrupción, al día de hoy se habría extinguido la responsabilidad criminal derivada del delito que se proclama prescrito.Y aquí se manifiesta el gran debate ¿Es aceptable socialmente que un individuo que ha cometido un homicidio, un asesinato o una violación de menor quede exonerado penalmente por el mero paso del tiempo? ¿Qué justifica tal benevolencia estatal? ¿No puede visualizarse que lo que se prima es al criminal hábil y no a la justicia? Las respuestas son múltiples, contradictorias, en ocasiones, y de difícil síntesis en un artículo de estas características: necesidad social de eliminar un estado de incertidumbre en las relaciones jurídico-penales entre el delincuente y el Estado, dificultad probatoria con el transcurrir del tiempo, empobrecimiento con dicho paso temporal del significado antijurídico de las acciones, posible cambio de personalidad delictiva a una no victimaria y falta de peligrosidad, desaparición de la alarma social. En todo caso, hay que advertir que no es prudente la aceptación rotunda y sin reservas del instituto prescriptivo –en nuestro código penal se han declarado imprescriptibles los delitos de lesa humanidad y de genocidio y los delitos contra las personas y bienes protegidos en caso de conflicto armado, lo que abre una puerta de incontrolables consecuencias de futuro en torno a la prescripción–. Dicho lo anterior he de afirmar mi convicción positiva acerca del mantenimiento de esta institución, limitada en algunos de sus efectos, pero necesaria por poderosas razones político-criminales, como las anteriormente citadas, y que el Estado ha de seguir reconociendo.

Volviendo al caso inicial, no parece que el supuesto que me ha servido de referencia en estas reflexiones haya prescrito ni en Estados Unidos ni en Suiza, por lo que desde tal perspectiva la extradición es posible e incluso necesaria. Al ser Polanski ciudadano francés, durante todo este tiempo que ha vivido en Francia ha estado amparado por el principio de no entrega de los nacionales –en este caso de un ciudadano galo a Estados Unidos–, principio, por cierto, cada vez más debilitado. Pero ello, obviamente, no implica a Suiza, que tampoco lo entregaría si, con arreglo a su legislación o a la de Estados Unidos, se hubiera extinguido la responsabilidad criminal, en esencia por prescripción, que, según los datos que conocemos, no es el caso.

Como ha comentado la Ministra de Justicia de Suiza con la norma en la mano y con el Tratado de extradición entre ambos países no se puede hacer otra cosa –lógicamente si Estados Unidos respeta todos los derechos y garantías propias de un Estado democrático y de Derecho, exigencia recogida en los Convenios internacionales al respecto–. No procede, en consecuencia, admitir excepciones infundadas.

Afirmado lo anterior, cuesta aceptar, al menos a mí, que después de treinta y dos años, de haber sido retirada la denuncia por parte de la víctima, casada y con hijos, que, incluso, ha expresado su deseo de olvidar definitivamente todo aquello, de haber estado Polanski notoriamente localizable, haciendo cine, ganando premios, incluidos los americanos Oscars, sin haber cometido delitos posteriores, al menos que yo sepa, se le extradite y se le condene, a sus 76 años, a prisión seguro que por más tiempo del que le queda por vivir, si no surge de improviso una negociación de última hora a la que tan aficionados son en los procedimientos judiciales americanos.

Algo, mucho, ha fallado: en primer lugar el propio Polanski, que cometió un delito grave e injustificable; en segundo, esta justicia que en tanto tiempo ha sido incapaz de hacer honor a su nombre. Desde luego ninguna de las partes es un ejemplo a seguir. Rollo pelicula

2 octubre 2009

Jazz o no jazz

Filed under: Música — anpoto @ 19:33 pm

SÁNCHEZ, Leo. “Jazz o no Jazz” [en línea]. Cuadernos de Jazz. juio/octubre 2009 nº 113-114. http://www.cuadernosdejazz.com/index.php?option=com_content&view=article&id=365:jazz-o-no-jazz&catid=8:general&Itemid=5 [consulta: 2 octubre 2009]

Ahora que se ha ido el verano y con él la consabida tanda de festivales de jazz, vuelve a llamar la atención la heterogeneidad de los carteles. Sin rebuscar mucho en ellos, en San Sebastián hemos tenido a Vetusta Morla, Pitingo o James Taylor, y en San Javier a John Fogerty. Y mientras unos se ofenden por estas cosas, otros dan gracias de que un festival de algo que no saben muy bien lo que es haya llevado por fin a su ídolo por el vecindario.

No es una cuestión de ahora, claro está. En 1958, Chuck Berry apareció, a instancias de John Hammond, en el Festival de Newport. Las cámaras de Jazz on a Summer’s Day captaron el entrañable momento en que Jo Jones intentaba pillar las paradas de “Sweet Little Sixteen” mientras Jack Teagarden se limitaba a observar con una sonrisa de oreja a oreja. Da la impresión de que los organizadores quisieron justificar la presencia del rockero haciéndolo acompañar de músicos de jazz -o tal vez, sencillamente, fuera más barato tirar de una banda que ya andaba por ahí-. Al final hubo que llamar a la policía.

Jazz trio


Estas cosas ya no pasan porque la égida del jazz acoge sin complejos prácticamente a toda clase de músicos. Evidentemente, los festivales se atienen a criterios puramente prácticos: para llenar sus extensas programaciones se hace necesario recurrir a artistas en gira y que puedan hacer buenas cajas; luego están las compañías discográficas y las agencias, que viven de la promoción y los porcentajes; y por supuesto los músicos, que lo que quieren es tocar.

La causa puede ser el vil metal, pero lo interesante es el efecto: la percepción de que la etiqueta de jazz se extiende a toda música que se salga de lo puramente convencional, a toda música cuya etiqueta propia no suene con suficiente fuerza. En un extremo tenemos a músicos de conservatorio en ardua pugna por becas y subvenciones ya que, a veces por desgracia y a veces por suerte, nadie quiere escucharlos. En el otro tenemos a las estrellas del pop-rock a las que medio mundo quiere escuchar y a las que el otro medio no tiene más remedio que oír.

El enorme resto, sin subvenciones ni radiofórmulas, en un mundo cada vez más vacío de oportunidades, más uniforme, más vulgar, rechaza su diversidad -al menos de puertas afuera-, se globaliza y se llama a sí mismo jazz. Desde hace años, el cartel de “Festival de Jazz” viene a decir en última instancia “Aquí se toca música con prestigio”. Como todo reclamo publicitario, tiene algo de exageración, pero también ese efecto subliminal tan codiciado por los creativos de las agencias. Y, de acuerdo, todavía tenemos claro que Fogerty no hace jazz, ni lo va a hacer nunca, ni tiene por qué, pero en cierto sentido el jazz sale en su defensa agradeciéndole los servicios prestados en nombre de todo ese público que ya no tiene a quién encomendarse. Quién sabe, quizá cuando Bruce Springsteen ya no llene estadios lo veamos haciéndose los festivales de jazz de verano. piano2


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