Se dice que el periodismo se encuentra en uno de sus peores momentos, si no el peor, hasta la fecha, en Expaña. Lo que no es falso. Sin embargo, no le ha resultado demasiado complicado llegar a este escenario devastado a fuerza de actuaciones propias y ajenas marcadas, normalmente, por la falta de independencia, ergo de rigurosidad. También, por su deslealtad para con la sociedad, sus nexos con aquellos de quienes informa, la falta de exhaustividad y proporcionalidad con las noticias, y los silencios clamorosos en momentos de acuciante necesidad de información fidedigna (como los actuales). Ese control independiente del poder que debería ejercer era verde como la alfalfa, y un burro se lo comió.
Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (NTIC) deberían haber facilitado un cambio en la deriva suicida tomada como filosofía de trabajo en las… ¿diez últimas décadas?, sustentada en la ausencia quasi absoluta de escrúpulos, junto a la constante transgresión de deontologías jamás asumidas. Los ciudadanos, ante lo imposible de confiar mínimamente en sus “media”, encastillados en lo que llaman la “cultura de los medios revueltos”, parece ser que hemos decidido que para recibir ingentes cantidades de basura mediática no están las cosas, y hemos sido los grandes captadores de las bonanzas democratizadoras devenidas del uso de esas nuevas tecnologías. Somos los creadores de la noticia, sus difusores, y sus protagonistas; las ofrecidas por los medios de comunicación digitoindustriales, ahora, se someten a los filtros que nosotros establecemos. Consecuentemente, además, se nos ha otorgado el dudoso honor de hacernos responsables máximos de la crisis identitaria que atenaza el trabajo periodístico.
Ésta es una de las varias moralejas extraídas del interesantísimo debate celebrado el martes 19, en el Aula Magna de La Nau (Centre Cultural de la Universitat de Valéncia), con Ignacio Escolar (director de “eldiario.es”, ex del Diario Público), y José Cervera (periodista y biólogo) como ponentes. Nuestro intrusismo es su final. Escobar no ha llevado a cabo el más mínimo esfuerzo autocrítico, no se le ha escuchado diatriba alguna hacia los vicios mariantoniescos de la prensa en general, tan dada a compadreos con la élite y sus opulentas corporaciones. Menos aún sobre el silencio radio global, imperante, claro, en todo el orbe, aunque atomizado regionalmente. Nadie conoce nada sobre las espontaneas desgracias de sus vecinos. Pornográfica concupiscencia poder/”mass media”.
Una profesora de periodismo, al plantearse esta cuestión, se ha mostrado claramente a favor de la existencia de ese filtro (¿publicidad mediante?) que ejerce el periodista sobre la información, aun debiendo pagar por ello, e, incluso, abonándose a plataformas audiovisuales llegado el momento, dado el actual exceso de información. Es decir, por disfrutar de la comunicación condicionada. Vale, esa es su opción. Lo peor es que adoctrine en ese sentido a sus alumnos, futuros… comunicadores. De lo que les impongan transmitir, indiscutiblemente. Harán públicos los “hasks” pertinentes, posteriores mantras, aniquiladores de todo rastro de opinión pública superviviente.
José Cervera… bueno… simplemente es un avanzado, un adelantado a su tiempo, lo que le permite plantear problemas y soluciones de forma asoladoramente natural. Razón por la cual, pues oiga, caso omiso. Ojos que te vieron ir.