Santiago Gallur Santorum / Sexta y última parte
Una cruda realidad. Los medios de comunicación ubicaron 1993 como referencia de los feminicidios. Olvidaron que, en 1989, ellos mismos habían publicado notas muy parecidas entre sí sobre asesinatos de mujeres en Juárez. Sin embargo, ni siquiera esta fecha sirve de aproximación para acercarnos a los asesinatos de mujeres de forma masiva, ya que la única referencia que hay es la de los medios que únicamente informan algo cuando lo consideran consumible por el público, lo cual no quiere decir que esto no haya ocurrido antes, sólo que no era un tema atractivo para la gente. ¿Por qué? Porque las autoridades no investigaban ese tipo de sucesos, pues no eran considerados delitos, ni a la gente le importaban, porque los hombres eran los importantes.
Parte del siglo XX, México vivió un periodo de estancamiento político que provocó que determinados desarrollos sociales de otras partes del mundo ni si quiera fueran imaginados en este país. Y mientras se desarrollaba la idea de la veneración a la madre y el cortejo romántico a la novia, mujer o pareja, las novias, mujeres, parejas, hijas, hermanas, primas, amigas y amantes de otros eran aniquiladas de forma aterradora. Quedan incluso resquicios en las leyes de algunos estados de la república en los que un hombre puede asesinar legalmente a su mujer si ella le es infiel. Son los llamados crímenes de honor. El problema es que hay más “vacíos legales” de este tipo, que han contribuido a crear en el imaginario colectivo la idea de que las mujeres son seres prescindibles, cuya vida aún hoy no vale nada o casi nada, dependiendo del poder económico de la víctima y su familia. Es más, una frase popular describe muy bien la situación: “Todas las mujeres son unas putas menos mi madre y mi hermana”. La coherencia está absolutamente ausente en esta afirmación, ya que toda mujer es madre o hermana de alguien. Aun así, conseguimos entrever que, para una mayoría de la población, las mujeres todavía son ciudadanas de segunda, aunque puntualmente se las sitúe en el centro de una rueda de mariachis para demostrarle el amor de un hijo o de una pareja.
Cifras sospechosas
Ciudad Juárez es simplemente la punta del iceberg de algo muchísimo más complejo y delicado. Cuando se hizo público el tema del feminicidio, los medios tardaron poco en establecer comparaciones entre otras localidades y Juárez, afirmando rotundamente, y cientos de veces, que tal lugar superaba en “feminicidios” a la urbe fronteriza. Curiosamente, si uno prestaba atención a estas noticias se daba pronto cuenta de que un gran número de localidades, en las que se empezó a informar de este fenómeno, superaban con mucho el número de asesinatos de mujeres de Juárez que daban como oficial las autoridades. Por lo cual, se vio claramente que la relevancia mediática de la localidad sacó a la luz una problemática muy compleja y macabra que está ocurriendo a lo largo y ancho de todo el país: se asesinan mujeres de forma masiva y con total impunidad.
Si se le pregunta a las autoridades de Chihuahua, e incluso a las federales, dirán que estas cifras se sitúan dentro de la normalidad de los datos de asesinatos de violencia doméstica y de género en todo el país. El problema es que esos datos son falsos y manipulados por las mismas autoridades que investigan los crímenes, que ni siquiera han registrado como categoría legal el término feminicidio, el cual es reclamado como sinónimo de genocidio contra las mujeres por algunas feministas. Sin embargo, detrás de esta terminología, aparentemente sin importancia, se esconden la negligencia y la impunidad con la que operan las autoridades y que permite, por ejemplo, disfrazar el homicidio de una mujer, llevado a cabo con extrema violencia, con muerte natural, como han hecho ya en muchas ocasiones (Casa Amiga Centro de Crisis, Estudio Hemerográfico). Es más, si se comparan los asesinatos de mujeres registrados por las autoridades desde 1993 y los revelados por los medios locales, se puede apreciar fácilmente un importante número de crímenes no registrados por las autoridades y otra cifra igualmente relevante de asesinatos en los que la policía no informó de ellos a los medios, en una clara estrategia para ocultar información a la opinión pública.
Pero las cosas van más allá cuando analizamos el siguiente dato: según las autoridades del estado de Chihuahua, de las cerca de 4 mil 500 mujeres desaparecidas hasta 2008, la administración estatal logró localizar a la mayoría de ellas en tan sólo cuatro o cinco años (Procuraduría General de Justicia del Estado, Homicidios de mujeres en Ciudad Juárez). Lógicamente, tal información es dudosa: si algo así fue posible, estaríamos hablando de una de las policías más eficientes del mundo. El problema es que, en realidad, estamos ante una de las policías con los índices de corrupción más altos, lo cual nos indica no sólo su falta de profesionalidad, sino su facilidad para ser comprada. Así, por una suma de dinero se pueden borrar las huellas de cualquier acto delictivo. Si analizamos esto, nos damos cuenta fácilmente que una parte de la sociedad mexicana consiente, fomenta y protege la corrupción policial cada vez que intentan sobornar a las autoridades.
Más allá de lo aparente
Resulta increíble la conexión del feminicidio de Juárez con el satanismo, narco, corrupción, militares de elite, sicarios, Guerra Sucia, Brigada Blanca, violaciones masivas, guerra de baja intensidad, Escuela de las Américas, machismo, racismo, clasismo y negligencias constantes.
El narco controla, como si de una gran empresa se tratase (cosa que es en realidad), la prostitución, el tráfico de personas, la pederastia, la esclavitud sexual de niños y niñas, e incluso su venta. Lo curioso es que esto se da en las grandes ciudades, desde los barrios más pobres y degradados, hasta los más ricos. Se debe tener en cuenta que las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez eran menores de edad (hasta de siete años), que sufrieron torturas brutales, como: violaciones masivas por ambas vías, amputación de senos o pezones, empalamientos, mordiscos, golpes brutales en distintas zonas, estrangulamiento, apuñalamiento, etcétera. Estos casos son los englobados dentro de la categoría de “feminicidio sexual sistémico” (Monárrez, Feminicidio sexual sistémico en Ciudad Juárez, páginas 89-149). Precisamente aquellos en los que más negligencias se comenten, alrededor de los cuales se fabricaron los chivos expiatorios y los que nunca han sido ni serán resueltos por las autoridades. Aunque no se encuentran todas estas características en todos los crímenes contra menores de edad, sí suelen compartir algunas de estas torturas. Por todo ello, el no querer ver la relación evidente que existe entre la venta de drogas, el tráfico de niñas, la esclavitud sexual de las mismas y su aniquilamiento mediante tortura nos convierte en voluntariamente ciegos al dolor y a la tortura.
Culpables
El intentar analizar un fenómeno como éste implica la necesidad de acercarse desde todas las perspectivas posibles a nuestro objeto de estudio: se hace un análisis de los medios de comunicación, de todos los libros publicados, de los informes, se llevan a cabo entrevistas, es decir, se investiga todo aquello que aporta algo nuevo sobre el tema. El problema es que a veces se pierde la perspectiva y no se ve lo más importante, aquello en lo que el problema que estamos analizando está inmerso: la sociedad. Evidentemente, detrás de algunos de los casos del feminicidio de Ciudad Juárez está involucrado el narco, en connivencia con autoridades y ciertos empresarios y políticos prominentes de la zona. Sin embargo, responsabilizar totalmente al narcotráfico de un fenómeno tan grave no sería honesto, ya que en la sociedad en la que vivimos se esconde la clave para entender el problema en su totalidad. ¿Por qué no se han llevado a cabo investigaciones profesionales sobre el tema? ¿Por qué no se han encarcelado a los verdaderos responsables? ¿Por qué se ha consentido durante más de 16 años la fabricación de pruebas falsas, el ocultamiento de las verdaderas y la creación de chivos expiatorios? ¿Por qué después de todo este tiempo ya no se habla del tema, como si ya estuviese solucionado? Pues por una sencilla razón: ¡a nadie le importa en realidad este problema, porque la mayoría de las víctimas son mujeres, pobres y con rasgos indígenas o mestizos! Una parte de la sociedad es machista, racista y clasista, por lo que si muere una mujer casi no importa; si es indígena no importa nada y si además es pobre, importa todavía menos. Y todo esto, sumado al poder incalculable del narco, a la gran corrupción de la policial y a la creación y fomento en el pasado (por parte de Estados Unidos) de grupos paramilitares entrenados en torturas aplicadas a civiles, hace que la desidia de la población ponga la guinda a la tarta, permitiendo que centenares de sus propias madres, hermanas, hijas, compañeras, amigas y amantes sean asesinadas y torturadas de la peor forma imaginable.
¿Quiénes son los culpables de estos brutales crímenes? En realidad, los culpables, además de los que cometen el crimen, son cada una de las personas que consiente que este sistema machista y racista siga existiendo sin intentar un cambio; cada una de las personas que toleran la violencia cotidiana contra las mujeres; cada una de las personas que ejerce o fomenta la explotación sexual de niñas, niños y mujeres; cada una de las personas que corrompen, con “mordidas”, a la policía; cada una de las personas que aporta dinero al todopoderoso narco a través del consumo de drogas. Los culpables indirectos somos tú y yo, que preferimos seguir con nuestras vidas en vez de intentar detener algo que ya es demasiado grande como para mirar hacia otro lado; tú y yo, que no nos manifestamos día tras día para obligar a las autoridades a que atrapen a los verdaderos asesinos; tú y yo, que intentaremos olvidar este tema mientras no nos toque tan de cerca que ya no podamos evitar implicarnos.