BIBLIOTágora el blog de Biblioteconomía y Documentación, en el que no se habla de Biblioteconomía y Documentación… sólo: "El ruido de las carcajadas pasa. La fuerza de los razonamientos queda"

29 desembre 2010

Iglesia y familia en la España Moderna

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La Iglesia española del Antiguo Régimen, sobre todo el clero secular, nunca perdió de vista sus lazos familiares. Por un lado, la familia era fundamental para acceder al estamento eclesiástico dado la importancia de las capellanías, y para ascender a muchos beneficios. Por otro, los clérigos siempre apoyaron y promovieron en la medida de sus posibilidades a los miembros de su parentela.

“Fuera del mundo y por encima de sus fieles”. Estas palabras, con las cuales Jean Delumeau definió los objetivos últimos de la Reforma Católica en lo que se refería al modelo de comportamiento eclesiástico a alcanzar, resultaron más un ideal de imposible cumplimiento antes que una realidad constatada. Y ello a pesar de que toda una batería de modelos hagiográficos presentaban modelos individuales de clérigos que ya desde sus primeros años habían roto con todos los lazos familiares en aras de obtener un nivel de perfección espiritual que les encaminara a la salvación de su alma.

Pero ello era, sencillamente, imposible, habida cuenta de la intrincada maraña de intereses, relaciones, lazos, clientelas, y parentescos que se entrecruzaban en el organigrama interno de la Iglesia durante el Antiguo Régimen, comenzando por la propia curia romana. Es muy sintomático el ejemplo de los Borghese, que de juristas y oficiales urbanos se convirtieron en una típica familia de terratenientes nobiliarios en tan sólo dos generaciones, siendo la clave de este proceso la llegada al papado de Paulo V (Camilo Borghese) en 1605, que recompensaría a su linaje con todo lo que el sistema de patronazgo podía proporcionar: los sirvientes de su familia llevaban las armas de las tropas papales y fueron exentos de impuestos, sus vasallos no podían ser juzgados por tribunales ordinarios salvo en caso de herejía y ofensas capitales, la familia compró numerosas tierras en torno a Roma, y el cardenal Borghese se hizo con una buena colección libraria. A través del nepotismo, los enormes recursos de los Estados Pontificios constituyeron un patrimonio parcialmente redistribuido entre varios linajes a través de exención de impuestos, acumulación de beneficios, regalos y acceso a cargos. Por Arturo Morgado García (Universidad de Cádiz)

(Acceso al texto completo)

4 maig 2009

El Cristo de Velázquez, de Miguel de Unamuno

Filed under: General,Sociedad — Etiquetes: — anpoto @ 13:50 pm

BUENO, Baltasar (2009) “El Cristo de Velázquez, de Miguel de Unamuno” [en línea] Levante-EMV.com. 11 abril 2009 nº 4238 [consulta: 4 mayo 2009]

Unamuno fue también un consumado teólogo, que desgranaba su teología en poemas, sonetos surgidos de su más profunda intimidad, poesía que tuvo como eje cardinal su poema El Cristo de Velázquez, 2.500 versos endecasílabos conformando encadenados sonetos, que tardó siete años en escribir, desde 1913 a 1920.

Una pieza de orfebrería literaria que si magistral fue en su forma, extraordinaria sería en el fondo, pura teología cristológica difícilmente superada por los más duchos y avezados especialistas.

El autor de La oración del ateo lograría en unos simples sonetos concentrar todo un largo, profundo, minucioso, detallado y preciosista Tratado de Cristología al uso, que a pesar del tiempo transcurrido no ha perdido un ápice de su frescura vivencial.

«De pie y con los brazos bien abiertos / y extendida la diestra a no secarse, / haznos cruzar la vida pedregosa / —repecho de Calvario— sostenidos / del deber por los clavos, y muramos / de pie, cual Tú, y abiertos bien de brazos, / y como Tú, subamos a la gloria / de pie, para que Dios de pie nos hable / y con los brazos extendidos. ¡Dame, / Señor, que cuando al fin vaya rendido / a salir de esta noche tenebrosa / en que soñando el corazón se acorcha, / me entre en el claro día que no acaba, / fijos mis ojos de tu blanco cuerpo, / Hijo del hombre, Humanidad completa, / en la increada luz que nunca muere; / ¡mis ojos fijos en tus ojos, Cristo, / mi mirada anegada en Ti, Señor!».

La contemplación silenciosa de la imagen de Cristo crucificado que pintara Velázquez obrante en el Museo del Prado en Madrid, que tanto extasió siempre a Unamuno, fue el leit motiv de esta ópera magna de su poesía.

Unamuno fue poeta de madurez, de publicación tardía en este género literario, a pesar de que se sentía vocacionalmente poeta de entre las diversas sendas que caminó y ejerció por los campos de la filosofía, de la sociología incipiente y de la novela.

Fue un poeta profundamente religioso, con sus dudas y contradicciones, lógicas en materia tan sublime y difícil como la fe, lo intangible y a veces lo difícil y complejo de creer. Como teólogo autodidacta, que no pasó nunca por una Facultad de Teología, Unamuno sintió especial debilidad por la Cristología, el Tratado de Cristo encarnado, muerto y resucitado, el Dios hecho carne, puesto el primero en la fila del pelear en la vida con sus gozos y sombras, sus grandezas y miserias, sus valores y debilidades, sus capacidades e incapacidades, su dolor y alegría, con sus penas y alegrías, su dureza, sus piedras y zancadillas, con su pasiones y muertes.

Unamuno sufrió lo suyo, en sus carnes. Pasó por glorias, honores, prestigios, famas, castigos, destierros e incomprensiones, sintió en sus carnes la hiel de la vida. El mismo en ocasiones no se comprendía, ni entendía lo que ocurría en su entorno, por ello se mantenía en la tensión de la búsqueda de la verdad, lo positivo, del sentir de la vida de una manera vigorosamente agustiniana.

Esta lucha, esta aspiración interna, este deseo de búsqueda de lo absoluto, sus reflexiones en la lucha lo expresaba a través de la poesía, cual moderno místico angustiado por no poseer aquello que con gran esfuerzo buscaban.

Admiraba a Unamuno ver en el Cristo de Velázquez un Dios anonadado, golpeado, coronado de espinas, torturado, claveteado a un madero de pies y manos, humillado, destrozado, agónico, sin libertad, ceñido a la atadura del dolor y la certeza de la muerte, como el resto de los humanos. Y deseaba para él la misma fuerza, el mismo tesón, la misma voluntad para vivir los momentos duros de la vida y afrontar la muerte con el mismo coraje, la misma ejemplaridad, la misma naturalidad.

Fue su poesía religiosa fruto y necesidad, tal vez, la reacción superadora a la fuerte crisis religiosa que sufrió en 1897, en que estuvo al borde del suicidio, el que fuera también autor Del sentimiento trágico de la vida.

Una vida en la que advirtió que se había hecho mayor, demasiado grande, para poder entrar en el Reino de los Cielos, reservado especialmente para aquellos que, como dice Jesús en el Evangelio, se hicieran como niños. Y ahí encontró las claves de la resolución del conflicto interno que le atenazaba. Hacerse como niño, con toda su fuerza, con todo su candor, con toda su belleza, con todo su poder de atracción, con toda su ingenuidad, con toda su vitalidad, con todo su duende y magia. De esta manera escribiría nuestro gran pensador muy avanzada su vida estos versos:

«Agranda la puerta Padre, /porque no puedo pasar;/ la hiciste para los niños,/ yo he crecido a mi pesar/ Si no me agrandas la puerta, achícame, por piedad; vuélveme a mi edad bendita/ en que vivir es soñar/».

http://www.levante-emv.comseccionesnoticia.jsp?pRef=2009041100_5_576981__Opinion-Cristo-Velazquez-Miguel-Unamuno

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