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23 gener 2011

González y Aznar, colocadísimos

Filed under: Sociedad — anpoto @ 17:17 pm

 

Matías Vallés | El Faro de Vigo Zapatero solo ganará las próximas elecciones generales si no se presenta. No debe preocuparse, en cuanto le llegue el momento de retirarse –que se acerca conforme se aleja la edad de jubilación del resto de españoles– podrá enfrascarse en actividades jugosamente remuneradas, a juzgar por la experiencia de sus predecesores. Nadie conoce a un político cuya situación económica se haya erosionado durante su carrera pública, pero los colocadísimos González y Aznar pugnan por elevar la cotización de los gobernantes españoles a la altura de Blair o Clinton, que cobran 150 mil euros por comparecencia pública.

El fichaje de González por Gas Natural y de Aznar por Endesa posee la virtud adicional de difuminar las diferencias ideológicas entre ambos, puesto que a nadie le sorprendería que González hubiera sido incorporado por Endesa, y Aznar por Gas Natural. La reconciliación ideológica es posible, basta encontrar el precio adecuado. ¿Contratarían los gigantes empresariales a gobernantes que hubieran regulado su actividad, limitado su propensión congénita al monopolio o moderado los precios de los productos básicos que venden? Dada la tendencia de los presidentes a ser fagocitados por empresas que prosperaron bajo sus mandatos, los hedge funds y bancos de inversiones se agolparán a las puertas de Zapatero, y lo ampararán en cuanto quede a la intemperie.

En contra de los lamentos por la magra remuneración, la presidencia del Gobierno es una inversión de futuro. Ni González ni Aznar aspirarían a cargos recompensados con cientos de miles de euros si no hubieran pasado por La Moncloa. Las retribuciones actuales son anejas al cargo que teóricamente abandonaron, una forma de indemnización por la dedicación que perturbó sobremanera su estabilidad familiar. Los gobernantes se han mostrado igualmente voraces en la persecución del poder y del dinero, por lo que debe hablarse de ambición a secas, sin ennoblecerla con el complemento político.

Una vez que los intereses privados desbordan la dimensión pública de González o Aznar, los expresidentes deberían abstenerse al menos de pontificar sobre los acontecimientos actuales con una presunta vitola de ecuanimidad. Defienden unos intereses tan parciales como un fabricante de frigoríficos. El último presidente conservador no fue colocado como consejero de Murdoch por su encomiable dominio del inglés, que le permitiría enmendar un titular del Wall Street Journal. Tampoco el penúltimo líder socialista posee los conocimientos o los apellidos que garantizan las remuneraciones estratosféricas en las empresas cotizadas. Cobran como expresidentes del Gobierno.

 

Los gigantes pagan pensiones a González y Aznar a cambio de las puertas que franqueará su agenda de contactos. Cuestión de influencia, pero los ciudadanos que abonan esos sobresueldos deberían liberarse al menos de la maldición de los discursos pronunciados por expresidentes, donde pretenden demostrar su superioridad respecto a Zapatero y Rajoy, respectivamente o no. En el ejemplo más sencillo, la opinión de González/Aznar sobre la subida de la luz posee un valor nulo, aunque seguro que a sus compañías les interesa que la difundan. También se entienden retrospectivamente los pronunciamientos ideológicos de ambos sobre la rehabilitación de la muy rentable energía nuclear.

González y Aznar han sido presentados en docenas de perfiles como obsesos de la política. Por fortuna, para su bienestar emocional, han hallado una pasión económica que contrarreste su anterior monocultivo. En sus entrevistas recientes, el más socialista de ambos –al menos mientras estuvo en La Moncloa– dedicaba buena parte de la conversación a destacar que podría haber ganado mucho dinero. Ha puesto manos a la obra.

La decepción que el pluriempleo de su líder haya suscitado en los seguidores de González –los adeptos de Aznar celebran su éxito– no debe conducirles a excesos autocríticos. El comportamiento vulgar del presidente más longevo de la democracia palidece frente a las maquinarias recaudatorias engrasadas por Blair o Clinton, que estuvo a punto de frustrar la elevación de su esposa a la secretaría de Estado porque posee intereses económicos en los doscientos países del globo. El canciller Gerhard Schröder conmocionó a Alemania cuando fue contratado por Gazprom tras abandonar el cargo. De momento, los presidentes españoles no pueden actuar como Putin o Berlusconi, que gobiernan sus imperios económicos mientras desempeñan sus cargos públicos. Este impedimiento es una disfunción de la democracia española, a solventar en el futuro.

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